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Además de programar software y cacharrear con bases de datos, últimamente siento que también me atrae escribir. ✍️
Inicio esta reflexión desde uno de esos coquetos café-bistró con biblioteca.
Es un hilo sobre el hecho de escribir y sus cómos.
Es un pensar en voz alta… 🧵
En los últimos meses he leído un ensayo —filosofía— y dos libros técnicos. Un siglo justamente separa aquel de estos.
El ensayo data de los pasados años 20. Es un librillo, en su forma clásica. Ni el título ni el tema son importantes a los efectos de esta reflexión. Sí la forma.
El primero de los libros técnicos que he leído este año es sobre interfaces de línea de comandos. Me ha servido para allanar la senda hacia las herramientas que voy programando para trabajar con los contratos públicos.
Es, en cambio, un libro digital.
🔗 clig.dev
También exclusivamente digital es la otra de mis lecturas técnicas recientes: este excelente manual sobre tipografía. Trato de aplicar este aprendizaje a la estética de las herramientas digitales que programo.
🔗 practicaltypography.com
Para alguien como yo, que últimamente se siente atraído por la escritura y siente, además, que tiene algo interesante que contar, aquí surte una reflexión interesante.
Sobre el proceso de escritura y sus instrumentos.
Sobre el proceso creativo y su liturgia.
El ensayo de Russell fue posiblemente concebido al teclado de una máquina de escribir. Es seguro que el escritor partía de unas notas propias, manuscritas. De unos pensamientos más o menos ordenados que luego fue desarrollando al teclado. O a la pluma.
En todo caso, se trata de una redacción más o menos secuencial: cada capítulo fue escrito desde el principio hacia el final, igual que son leídos.
El papel, como soporte de escritura, viene a condicionar esta composición generalmente lineal de las obras. Del comienzo al final.
Porque sea a máquina o a pluma, tradicionalmente la edición sustancial de lo ya escrito debía de ser un proceso laborioso: volver atrás para incorporar ideas nuevas al borrador supongo que requería de una especie de bricolaje con el papel. O un laberinto de notas al editor.
Para quienes gozamos de este superpoder, un procesador de textos es una herramienta increíblemente limitada para procesar textos.
Los procesadores de texto son fabulosos, sí. Nadie lo pone en duda. Es solo que parecen sofisticadas evoluciones de la máquina de escribir.
Los libros técnicos que he leído, en cambio, están escritos sobre git: un sistema de control de versiones.
Los programadores llevamos muchos años utilizando git para escribir software. Y es tan eficaz que ahora se utiliza también para escribir libros.
github.com/cli-guidelines/cli-guidelines
Personalmente creo que hay una liturgia en el proceso de escribir. Y que los instrumentos del escritor condicionan ese proceso.
Aunque es evidente que tampoco es igual escribir un soneto que una novela que un ensayo con propuestas para la transparencia en las Administraciones…
Los libros técnicos que he leído este año son obras abiertas; vivas.
Tradicionalmente, el proceso de escritura concluía cuando la obra se imprimía. Esto ya no es necesariamente así. Ahora publicar es un hito más —aunque en el podio de importacia— del ciclo de vida de la obra.
Porque el libro y las tripas que lo componen están públicamente disponibles a cualquiera. Y no han sido necesariamente compuestas en el orden de lectura.
Esto da lugar a otra reflexión, que es el grado de implicación del lector con la obra y el autor.
En el ensayo de Russell —el modelo tradicional— el lector es completamente ajeno al proceso creativo. Y solo tiene ocasión de implicarse en el último suspiro del ciclo de vida de la obra: cuando compra el libro y, si acaso, decide recomendarlo a terceros.
El escritor tradicional es un jugador. Hace una apuesta. Invierte meses, quizá años, de un esfuerzo intelectual notable en crear una obra. Y necesita del concurso de una editorial que la edite y distribuya.
¿Tendrá retorno este esfuerzo?
Nadie lo sabe hasta el final.
El modelo abierto de escritura permite implicar al lector desde el inicio mismo del proceso. El autor tiene así un termómetro del interés —o la falta de él— que suscita la obra que ha emprendido.
Y en función de este interés puede corregir el rumbo. O incluso desistir.
El libro «Practical Typography» que antes he referido es un buen ejemplo de esto mismo. Es una secuela más general y ambiciosa de un libro previo del autor.
Un autor que ha ido implicando a sus lectores desde la concepción misma de una obra que es exclusivamente digital.
Los dos libros técnicos que he leído recientemente están mantenidos: los autores matizan, corrigen y amplían los contenidos. Los lectores sugieren nuevas referencias. Aunque muy asimétrica, es una creación coral.
Porque la publicación en línea no es el final del trayecto.
De nuevo, esto no es una afirmación universal.
No imagino a mi amigo @Lorenzo_Olivan domando versos y palabras en consorcio con sus lectores. Y Cortázar dejaría de serlo de trocar el teclado ceniciento de una Olivetti por un repositorio en GitHub.
Me refiero, más, a un ensayo.
En su día, pagué más de 120 euros por este libro digital. Que es, en esencia, un documento PDF con algunos añadidos.
No me dolió porque no compraba un libro: compraba un conocimiento que incorporar a mi profesión. Y que me ha sido muy útil aprender.
refactoringui.com
Entonces, ¿cuál es el modelo económico de este nuevo circuito editorial? Es muy diferente al tradicional.
En «Command Line Interface Guidelines» los autores no expresan ningún interés económico. Entregan generosamente una obra excelente con licencia abierta: Creative Commons.
El retorno puede llegar al autor en forma de progreso colectivo. O de prestigio profesional. O de oportunidad laboral. O por la mera satisfacción de hacerlo, de aportar. O por el compromiso de querer devolver algo a una comunidad tecnológica que entrega mucho «pro bono».
En «Practical Typography» el autor apela directamente al lector para que contribuya a sostener económicamente el esfuerzo creativo. Propone una donación económica, y en la obra visibiliza unas tipografías por él también creadas, que están a la venta.
🔗 practicaltypography.com/economics-year-one.html
Y, además, hace un interesante ejercicio de transparencia compartiendo las cifras del retorno económico de la obra. Que en el caso de «Practical Typography» son, en resumen, estas: uno de cada 650 lectores ha pagado por el libro. El resto, parece que no.
practicaltypography.com/economics-year-one.html
La publicación abierta proporciona una exposición difícil de igualar por la distribución tradicional.
Echando mano de analítica de tráfico, el autor estima que sin incurrir en inversión alguna en marketing ha llegado a 650.000 visitantes —que no lectores— en el primer año. 👇
Y los ingresos combinados de los pagos voluntarios de sus lectores y la venta de sus tipografías a través del libro han ascendido a unos 15.000 dólares el primer año y 11.200 el segundo.
Queda claro, entonces, que no es una actividad particularmente lucrativa para un profesional reconocido radicado en Los Ángeles y sujeto a los costes de la vida allí.
Es más; quizá ni siquiera sea sostenible a medio plazo para él, como escribir nunca lo ha sido para la mayoría.
Muy diferente es, en cambio, la experiencia de los dos autores de «Refactoring UI», que de momento han ingresado más de dos millones de euros por su excelente libro técnico.
Que es una obra autoeditada y exclusivamente digital:
twitter.com/adamwathan/status/1289702466754211842
Es evidente, entonces, que el itinerario elegido —Olivetti, talar árboles y distribución en librerías versus git, escritura abierta y publicación en línea— no condiciona necesariamente la viabilidad de la aventura.
Hay éxitos y fracasos a los dos flancos de esta elección.
Quizá la primera responsabilidad de un creador sea poder seguir creando. Leonardo o Lope, Miguel Ángel o Goya: los autores clásicos pudieron crear porque tenían mecenas, valedores.
Sin un modelo sostenible, la creación es flor de un día.
Hay tantas razones para escribir como las hay para leer.
Y quizá lo aquí expresado no tenga mucho sentido para quien lo hace por un interés cultural. O para entretenerse. Pero seguro que lo tiene para quienes leen para aprender, para formarse, para adquirir conocimientos.
Pienso en voz alta todo esto porque últimamente me siento atraído hacia la idea de desarrollar por escrito, en un ensayo, algunas de las reflexiones que en estos años vengo esbozando aquí, en Twitter.
Sin su inmediatez ni su fugacidad.
Para alguien con ideas —y ganas de compartirlas— sobre transparencia, digitalización, Administración Pública… esto es un interesante reto. Otro más.
— Escribir un ensayo con reflexiones
— Compartirlo en línea, de forma abierta
— Conseguir que sea un esfuerzo sostenible
Esto es solo la expresión de una inquietud personal, pues trato de seguir mi propia curiosidad.
Así que no sé si lo haré. ¿Quizá más adelante? Escribir es un esfuerzo notable y yo me siento más útil programando. Ni siquiera sé dónde dormiré mañana, cuando abandone Cádiz.