El BOCYL publica hoy el cese de dos responsables del Servicio de Empleo de la Junta de Castilla y León.
Hace unos días denunciaba aquí que la Junta está promoviendo con fondos europeos cursos de formación obsoletos.
Ignoro si hay relación entre mi denuncia y sus ecos —estuve explicándolo en radio y televisión— y estos ceses pero, de haberla, lamento las consecuencias humanas y celebro que lleguen cambios.
Soy un simple mortal obcecado en librar una guerra que no se puede ganar: que la Administración sea excelente.
Del coste personal no suelo hablar: me granjeo enemistades, la exposición me agobia, mi carrera profesional está aparcada y a menudo me concomen las dudas. Mi salvavidas: las bellas amistades que forjo en el camino y el sentido del humor.
Perderé la guerra, ¡pero vamos ganando batallas! Solo este mes ya van cinco:
👉 La publicación del «framework» tecnológico del Gobierno de Cantabria y la aprobación de una Proposición no de Ley en su Parlamento.
👉 La aprobación en un Pleno municipal de una moción con mejoras en la tecnología de atención a la ciudadanía.
👉 La elaboración y publicación de un elaborado estudio con mejoras a la transparencia en la contratación pública de Cataluña.
👉 La conferencia en el Mobile World Congress de Barcelona, ante cientos de técnicos y universitarios, animándoles a implicarse desde su profesión en la mejora de lo público.
👉 Y ahora —parece— cambios en la política de formación en habilidades digitales que promueve la Junta de Castila y León.
¡Hemos logrado todo esto desde las redes sociales, sin un euro de dinero público y sin caer en el partidismo y la polarización!
Y digo «hemos», en plural, porque nada de ello hubiera sucedido sin vosotros. Cada «like» que dais, cada nuevo seguidor, cada nuevo patrono en Patreon ❤️, amplifica este altavoz y me da munición para librar esta pelea con inteligencia. La única guerra en que todos ganamos.
¡Gracias a todos! Por lograr estos cambios …y los que están por venir.
💪🙏
Domingo.
Me levanto con un párpado inflamado. Un rollo, pero nada grave; ya me pasó el año pasado en Coímbra. Entré a una farmacia, me dieron una pomada y, en dos días, ventilado.
Voy a una farmacia santanderina y pido la pomada.
—¡No tan deprisa, forastero! —me dice simpático el farmacéutico—. Esa pomada tiene antibiótico y solo puedo dispensártela con receta.
No pasa nada —me digo—. Tenemos una de las mejores sanidades del mundo.
Desde el coche intento pedir cita por internet en mi centro de salud. Hay un hueco dentro de tres días, pero creo que para entonces tendré el ojo bastante peor. Pido auxilio por teléfono a un amigo médico:
—Ve a Urgencias y allí te darán la receta.
—Lo mío no es una urgencia —pienso— pero necesito la pomada.
Arranco el coche, cruzo la ciudad y aparco en el hospital Valdecilla. Intento ungirme de paciencia. Tras un par de patéticas horas en una sala de espera congestionada, vuelvo a escribir a mi amigo.
—¡A Urgencias del hospital no, hombre, que está lleno! Tienes que ir a Urgencias del centro de salud.
Yo me acuerdo del chiste aquel: «La experiencia es eso que obtienes justo después de haberlo necesitado». Resignado, pago el tique del aparcamiento y cruzo de vuelta la ciudad. Consigo aparcamiento cerca del centro de salud.
Entro. En el vestíbulo, al otro lado del mostrador, una señora charla animadamente con el vigilante de seguridad. Cuando me aproximo, me pregunta qué me pasa. Yo dudo si contarle mi problema. ¿Es médico esta señora? ¿Debo comentarle un asunto de salud personal ante el vigilante de seguridad?
—¿Qué te pasa? —me apremia mientras yo pensaba todo aquello.
—Tengo un párpado inflamado y…
—No; no me cuentes los detalles… tú necesitas una receta, ¿sí? —me interrumpe.
—Exacto.
—Pues pasa a la sala —me dice mientras teclea algo en el ordenador.
Es una de esas tardes tontas de invierno. Creo que hay partido de fútbol. La sala de espera está vacía. Cuando llevo diez o quince minutos, una puerta se abre. Otra señora, o quizá era la misma, se me acerca.
—Vas a tener que esperar un poquito, que la doctora está comiendo.
—No pasa nada; tampoco tengo prisa… —contesto sintiéndome instantáneamente imbécil al constatar que no he podido comer yo.
Tras cincuenta minutos de espera oigo al otro lado de la pared un alarido gutural:
—¡JAIMEEEEE!
Me incorporo, me atuso el flequillo con los dedos y aclaro la voz dirigiéndome con paso seguro a la caverna.
—¡JAIMEEEEEEEEEE!
—¿Estoy en la sanidad pública o en Cabárceno? —me pregunto al cruzar el umbral de la consulta.
—Bue…
—¡Dime!
—…nos días.
Supongo que era doctora, aunque no llevaba bata. Me miraba sentada, inquisitiva y con ambas manos al teclado del ordenador, mientras yo aguardaba de pie que me concediese la cortesía de invitarme a tomar asiento.
La cortesía no llegó e hice «timeout». Yo empezaba a sentir las pavorosas llamas de un incendio crecer dentro de mí.
—Disculpe; voy a cerrar la puerta, voy a tomar asiento, y después le explicaré qué me trae aquí.
Y así, a puerta cerrada y sentado frente a la doctora, le expliqué que me había levantado con un párpado inflamado. Ella tecleó algo en el ordenador.
—Vale; ya lo tienes.
—¿Cómo?
—Que ya lo tienes en la receta electrónica. Vas a una farmacia y te dan una pomada.
—Ah, ¡gracias!
Pero me pudo esta tontería mía de no resignarme al delirio e intentar mejorar cómo funcionan —funcionar es mucho decir— las cosas.
—El año pasado me sucedió esto mismo en Portugal y me dieron la pomada en la farmacia. No tuve que venir a Urgencias, ni consumir recursos de la sanidad pública, ni perder el ti…
—Ya, pero es que Portugal es otro sistema.
—Lo sé. Lo que quiero decirle es, ¿no serías más eficiente para el Sistema y para mí, al menos para este caso, hacer lo que hace Portugal?
—Pero es que son leyes. Y a veces son absurdas, pero son así y tenemos que seguirlas. Tampoco puedes comprar paracetamol de un gramo sin receta pero, en cambio, puedes comprar el de 500 mg y tomar dos, que es lo mismo. Es absurdo, pero son normas y hay que cumplirlas.
Yo quería explicarle a la doctora que esas normas no están cinceladas en piedra y que se pueden cambiar. Quería explicarle que en aquella consulta, yo era el usuario y ella la representante del Servicio Cántabro de Salud. Quería explicarle también que existen procedimientos administrativos internos por los cuales ella puede canalizar mi sugerencia de mejora para que, algún día, Dios sabe qué gerifalte la tenga en cuenta cuando toque actualizar las normas. Quería explicarle a la doctora muchas cosas, pero ella me despedía con la mirada y yo me había puesto inconscientemente de pie, deseando largarme cuanto antes de allí.
¡Al menos ya tenía la receta! Ensillo nuevamente a Rocinante y jineteo de vuelta a la farmacia de guardia. Aparco malamente en una parada de autobús. Enciendo las luces de emergencia y entro corriendo.
—Quería un medicamento que tengo en mi receta electrónica.
—Dígame su número de tarjeta sanitaria.
Deletreo la retahíla mientras el chico teclea en el ordenador. Yo miro el coche de reojo.
—¡No te preocupes! Cuando hay partido la policía no viene hasta aquí —me dice simpático.
Pero el farmacéutico frunce entonces el ceño.
—Vaya… tenemos un problema.
—¿Hay que perdirla al almacén?
—No, no es eso… el médico te ha puesto pomada para uso tópico, y esa no te vale para los ojos.
—Ya veo que la policía no es lo único que no funciona aquí.
—Pero no te preocupes… puedo hacer un truco y yo te doy la pomada correcta. Aunque, claro, tendrás que pagarla entera. Si la receta estuviese bien sí te entraría por la Seguridad Social.
En Coímbra, en la plaza del Ocho de Mayo, hay una pequeña farmacia que hace esquina. En agosto entré y expliqué en castellano que tenía una párpado inflamado. Me dieron al momento una pomada y, en dos días, ventilado.
Y escribo esto preguntándome cuántas horas, cuántos millones de horas productivas anuales perdemos los españoles en laberintos burocráticos así.
¡Me han cazado!
¡He sido descubierto! Y yo que pensaba que nadie lo notaría… ¡Qué ingenuidad la mía creer que mi astuto plan de conquistar un cargo público pasaría inadvertido!
Si es que me muero… Te juro, amigo, que me muero de ganas de que un político me rescate de la irrelevancia y me conceda un puestazo en alguna agencia pública …O mejor aún, ¡la presidencia de un flamante Observatorio Nacional de Algo Épico™️!
Nada deseo más en esta vida que tener un político por jefe, sacrificar mis principios en el altar de sus caprichos y trocar sometido mis principios por los suyos. ¡Es que sueño con ello cada noche!
Entrar cada mañana a mi despacho oficial, ¡con banderas a un flanco! Que me den un PC con Windows, una VPN que solo funciona los días pares y credenciales para navegar heroicamente por una intranet con Internet Explorer. Una fotocopiadora que se atasca cada jueves. Y un administrativo con fax.
¡Qué fantasía, amigo mío! Un equipo de funcionarios a mi cargo en un palacete con cubículos. Necesitar un informe de los servicios jurídicos hasta para estornudar. ¡Reuniones eternas! Inaugurar simposios y congresos con flowerpoints… ¡Cómo me excita la idea!
Es el broche que mi currículum necesita: ¡nudo Windsor y a gestionar un presupuesto público! Volar a Bruselas o a Madrid revisando planes estratégicos con Microsoft Word 2016. Hablar todo el día de sinergias, enfoques holísticos, cambios de paradigma, apuestas firmes, disrupción y resiliencia. Cambiar con orgullo mis Converse rotas por lustrosos zapatos de piel y pisar moqueta todo el día.
Informes que se demoran meses, mudarme a Madrid, abogados por todas partes y necesitar tres firmas hasta para comprar un paquete de folios.
¡Sí, por favor! Me muero de ganas.
El Congreso debate hoy si crear «una red social pública europea».¹
En un clima tan ideologizado como el actual, el país se reparte apasionadamente entre dos polos: «a favor» y «en contra».
Pero en el asunto se entretejen unas hebras mucho más sutiles, intrincadas e interesantes: la opacidad algorítmica, las plataformas versus la descentralización, los límites de la libertad de expresión, el futuro de la web como ecosistema, los protocolos abiertos y cerrados, la aporía de la moderación…
Apagados los focos, del debate parlamentario seguramente no quedará más que consignas y ecos de ruido. Pero quisiera escribir más a fondo sobre este interesante asunto. Ya lo hice el verano pasado, en respetuosa respuesta a Odón Elorza: jaime.gomezobregon.com/de-las-plataformas-de-internet
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¹ Página 35 de congreso.es/public_oficiales/L15/CONG/BOCG/D/BOCG-15-D-287-C1.PDF
Para todos los interesados en perder el tiempo en algo absurdo, os dejo este curso de Flash que promueve el Servicio Público de Empleo de Castilla y León y financia el Ministerio de Educación.
Flash fue una tecnología popular a finales del pasado siglo. Hace años que está muerta y su fabricante, Adobe, «recomienda encarecidamente desinstalar Flash Player de inmediato».
Y otro día hablamos de los chiringuitos de formación en competencias digitales florecidos al calor del dinero público. Con una garrafa de gasolina.
El único partido que ha votado en contra ha sido, curiosamente, el que ha aportado las ideas más interesantes al debate parlamentario.
No tanto en relación al «framework» tecnológico gubernamental, sino al modelo de contratación de los servicios públicos digitales.
Me gustaría comentarlo:
El diputado pone sobre la mesa que el precio es un factor demasiado pesado en los criterios de valoración de las ofertas de los licitadores, lo que provoca fuertes bajadas de precios.
Esto, que parece positivo para la Administración, es una política arriesgada en la licitación de servicios tecnológicos, pues provoca —dice el ponente— una degradación de la calidad de los servicios y una precarización del sector.
Para entenderlo, veamos qué estrategias tiene una empresa tecnológica para reducir sus costes:
1️⃣ Una es pagar menos a su plantilla. El diputado subraya que esto precariza un sector que, añado yo, es de alto valor añadido y estratégico para la región y para el desarrollo del país. Esto, siendo cierto, no es tan importante por una razón: en el sector TIC no hay desempleo.
En 20 años de empresario tecnológico nunca contraté a un programador desempleado. Recibí, revisé y contesté cientos de currículums; pero casi todos venían de profesionales ya ocupados. Los técnicos con experiencia saltan de una empresa a otra, y los júnior voluntariosos no suelen tener dificultad en encontrar un primer empleo. Hay precariedad pero, en general, no hay paro.
En un mercado laboral con más demanda que oferta, el empleador compite por los trabajadores. Esto moldea la estrategia de las empresas, que tratan de productizar sus soluciones porque nadie quiere «vender horas», pues el tiempo es inelástico. Todos quieren «vender producto», porque el software sí es elástico: lo programas una vez y lo vendes diez. O mil. Por esta elasticidad del «software» los milmillonarios de nuestro tiempo son tecnólogos, y no industriales o financieros, como históricamente han solido.
Nadie en el sector, digo, quiere «vender horas». Y, ¿qué contrata el Gobierno? Horas. Conozco bien el sector tecnológico cántabro, conformado por unas 100+ empresas locales. De ellas, ¿cuántas ofertaron al contrato estrella de servicios tecnológicos del Gobierno de Cantabria (SUMA), valorado en 50 millones? Dos. Y, las dos, en UTE con consultoras foráneas.
Y es que casi nadie en el sector tecnológico local tiene interés en las licitaciones tecnológicas del Gobierno. Esto, naturalmente, son malas noticias para el Gobierno. Pero también para ti y para mí, porque somos consumidores —usuarios— de los servicios licitados.
Cuando el Gobierno incentiva fuertes descuentos en las licitaciones tecnológicas, está aplicando una pinza a sus contratistas: por una parte les obliga a recortar costes. Pero en la estructura de costes de una empresa tecnológica, los de personal son hasta el 80 %. ¿Cómo recortas de ahí, cumpliendo las normas y convenios laborales? Bajar salarios es ilegal y despedir es caro.
El licitador puede intentarlo, pero en un mercado laboral de alta demanda el trabajador abandona el barco y «salta» a otra compañía. Con cada deserción, la empresa pierde conocimiento y se descapitaliza. Una empresa tecnológica sin tecnólogos es solo un montón de muebles de oficina.
Hay otras, que ahora veremos, pero esta pinza es una de las que ha provocado que la mayor parte de la industria tecnológica española evite trabajar para el Gobierno y lo haga para el sector privado. Es lo que ha hecho casi toda la industria tecnológica cántabra.
Todo esto hace que la precarización que dice el diputado esté afectando en mayor medida al propio Gobierno y a las interfaces digitales Administración-ciudadanía, que a los trabajadores del sector tecnológico.
2️⃣ La segunda estrategia de reducción de costes en una empresa tecnológica es la productización: replicar en un cliente lo que desarrollaste para otro, apalancándote en la singularidad de que el coste de reproducción del «software» es cero.
Esta es la senda seguida por muchas empresas tecnológicas en el último cuarto de siglo: desarrollar un catálogo de soluciones, pasando así de «vender horas» inelásticas a «vender producto» elástico. De sumar a multiplicar.
Pero la Administración y la política no entiende esto. El Gobierno de Cantabria, como otros gobiernos autonómicos, tiene su propio, particular y —hasta ayer mismo— escondido «framework» de desarrollo tecnológico. Y obliga a sus contratistas a utilizarlo.
Esto impide que un contratista despliegue fácilmente en Cantabria lo que desarrolló para —pongamos— Asturias, donde el «framework» y los requisitos son diferentes y, a menudo, incompatibles.
Basta mirar el caso de los boletines oficiales, un interesante servicio público digital utilizado por casi todos: hay 17 boletines autonómicos, más otros muchos provinciales y estatales. Todos son diferentes, pese a que la mecánica de publicación y consumo de anuncios oficiales es prácticamente la misma en todos los territorios.
Una política tecnológica inteligente ayudaría a crear un mercado ahí, promoviendo la aparición de productos digitales compitiendo entre sí, a beneficio de quienes producen y consumen estos servicios públicos: todo el país.
3️⃣ El tercer mecanismo para ofrecer descuentos agresivos en las licitaciones públicas es engañar al Gobierno. Ofertas 1000 horas de analista sénior, pero ejecutas 700 con un programador júnior. Esto pasa todos los días, a todas horas, y explica muchas de las ñapas que visibilizo.
En definitiva…
La tecnología se está comiendo el mundo. Los servicios públicos digitales son los cimientos de una nueva relación Administración-ciudadanía que está llegando de forma acelerada.
Pero la política tecnológica y el modelo de contratación de estos servicios no está aprovechando a su favor todo lo que la industria tecnológica española puede aportar.
¡Gracias al diputado por sus interesantes aportaciones! Espero que, junto con estas reflexiones mías y otras que estén por venir, contribuya todo a mejorar lo que tenemos. 😊
😃 ¡Qué bueno! ¡El Gobierno de Cantabria ha publicado hoy documentación sobre la arquitectura, el diseño técnico y las políticas de desarrollo de su «framework» tecnológico! ¡Así, sí! ❤️
Hasta ayer mismo, todo lo que había era una página vacía pidiendo usuario y contraseña. El año pasado me estrellé contra ella y fue frustrante. Asumí —como otros, supongo— que había pasado todo a ser información interna, privada, del Gobierno.
Por una pregunta en el Parlamento regional me enteré, hace unos días, de que era posible solicitar unas credenciales de acceso. ¡Pero eso no lo ponía en la página! Yo creo que a veces la Administración y los ciudadanos nos malentendemos por problemas muy tontos de comunicación. 🤦
👉 Este «framework» son los ladrillos constructivos de los servicios públicos digitales en la región. Es necesario que sean públicos… ¡y que lo parezcan! Las empresas que licitan y los técnicos que programan tienen que conocerlos.
¡Me ha alegrado muchísimo constatar que esto ha cambiado! Ahora hay documentación técnica pública de verdad. Sí; faltan algunas cosas y otras siguen estando bajo contraseña… Pero el movimiento de hoy era el que hacía falta. Además, han puesto el texto aclaratorio que faltaba: «Esta página de autenticación se muestra ya que está accediendo a información técnica sensible. Si no tiene credenciales para acceder puede solicitarlas…»
¡Gracias por escuchar, Gobierno de @cantabriaes! 🙏
🔗 amap.cantabria.es 👈
Durante veinte años un alto funcionario recibió mordidas por amañar contratos públicos, y nadie lo detectó. La Policía encontró en su casa 500 000 €, a sumar a tres millones más —que se sepan— en comisiones ilegales.
Como ciudadanos, no tenemos ninguna garantía de que no esté pasando lo mismo con los contratos de tecnología: el último contrato de mantenimiento de aplicaciones informáticas del Gobierno de Cantabria se adjudicó en 22 millones.
📣 Si el framework fuese abierto, público y estándar, habría más empresas compitiendo por desarrollar y mantener esos servicios, menos espacio para chanchullos y mejores servicios públicos digitales.
Esto no va de política, ni de atacar o defender al Gobierno. Va de reclamar unas reglas de juego justas e iguales para todos, más transparencia y eficiencia en lo público y más salvaguardas contra la corrupción y el cabildeo en los en los contratos.