La web nació como un ecosistema abierto y descentralizado: conectas tu nodo y comienzas a cargar y descargar contenido. Sin pedir permiso. Sin que puedan impedirlo. Esta es la web que muchos abrazamos; una de las más fabulosas aventuras de la civilización.
En 2005 escribíamos en nuestros sitios web. Y en nuestros blogs. Y en comunidades en línea. Nos escribíamos unos a otros, y era divertido.
En 2025 la web —e internet— es un asco. Ya no escribimos para los otros y para el mundo: escribimos para los algoritmos.
🤔 El SEO llenó la web de contenido-basura dirigido a los robots¹. La mayoría de los sitios web se ha llenado de «keywords» y redundancias «para salir más arriba en Google».
🤔 La IA generativa reduce casi a cero el coste de crear contenidos prácticamente indistinguibles de los que antes elaborábamos los humanos. Y la web se está infestando rápidamente de este contenido automático.
🤔 En las plataformas como YouTube, los creadores monetizan sus vídeos seduciendo al algoritmo. ¿Y el algoritmo qué pide? «Engagement». ¿Y cómo pagan los creadores ese tributo? Con «clickbait», efectismo y sensacionalismo.
🤔 Las redes sociales nos ofrecen generosas dosis de la misma cicuta: el algoritmo determina qué recibe «reach» (alcance). ¿El incentivo? Capturar tu atención. Viralidad. Dopamina.
La web era un ecosistema abierto y descentralizado de páginas y comunidades digitales. Los blogs y sitios web personales fueron el Everest de una época.
Veinte años después, la web está sumida en una espiral autodestructiva:
⚠️ Los protocolos abiertos, como RSS, han sido fagocitados por plataformas cerradas como Facebook o 𝕏.
⚠️ La topología distribuida original, a la que cualquiera podía conectar su nodo, es reemplazada por servicios centralizados que pueden cerrar o silenciar tu cuenta.
⚠️ Y lo que sobrevive de la web está anegado de contenido escrito por máquinas (IA) o para máquinas (SEO).
¡Ya no escribimos para los demás y para el mundo! Ahora escribimos para algoritmos. Este es el signo de los tiempos.
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¹ Las arañas o «crawlers» como Googlebot, que rastrean la web y califican los sitios en función de su contenido.
Pequeñas cosas que han cambiado mi vida:
— Tener el móvil siempre en silencio. Mi teléfono no suena; solo vibra si me llaman. Con eso me basta, y así no me interrumpe. A veces dejo que se acumulen las llamadas y las devuelvo todas seguidas cuando yo quiero.
— No usar despertador. El sueño es un proceso fisiológico importante y no lo interrumpo. Hace años que me despierto de forma natural. Suelo dormir ocho horas al día.
— No tener deudas. Nunca he comprado a crédito. No gasto lo que no tengo, y eso me da una libertad profunda. Tengo poco dinero, pero lo he ganado yo y no debo nada. Mis tarjetas son de débito.
— Escribir. Es mi forma de desarrollar ideas y engarzar pensamientos. Escribo en público y en privado. Escribo cartas, en mi diario, en las redes sociales, en mi sitio web… Escribo mucho.
— No fumar, no beber alcohol y no tomar drogas. Tengo cinco sentidos para relacionarme con el mundo y no permito que ninguna sustancia adultere mi percepción de la realidad.
— Vivir con propósito. Sé hacia dónde voy, aunque alguna vez lo olvidé y a menudo siento que el camino es incómodo e incierto. Me repito con frecuencia que el viaje es más importante que el destino.
— Hacer ejercicio. Nuestras vidas son cada vez más intelectuales y sedentarias. Hago pesas, camino mucho y mantengo un peso saludable. Mens sana…
— Tener un diario. Que en realidad son dos: uno con la crónica de mis días y otro con vivencias, pensamientos y sentimientos que son importantes para mí. Escribir es reflexionar, y hacerlo me conecta con el presente.
— Adoptar el minimalismo. Tanto en mi profesión tecnológica como en mi casa he aprendido que menos es más. Cada cosa que quito aumenta el valor de las que dejo.
— Vivir en asíncrono «by default». Me concentro en una sola tarea cada vez, y evito las interrupciones teniendo solo comunicaciones asíncronas. Vivir en asíncrono me permite alinear mi trabajo con mi energía y concentrarme.
— Tener un segundo cerebro digital. Mi mente es buena conectando pensamientos e ideas, pero mala reteniéndolos. Busca en la web «second brain», «personal knowledge management», «PARA method», «digital garden»…
— Leer libros antiguos. Especialmente ensayos. Muchos de los retos del presente son reediciones de problemas conocidos desde la antigüedad. La filosofía y los clásicos me brindan una visión atemporal de la actualidad y de mi naturaleza humana.
— No separar el trabajo de la vida. Soy muy afortunado de confundir trabajo con pasión. Por ello, para mí el trabajo es un espacio de realización personal. Mi trabajo es una parte indisociable de mi personalidad, de mi instalación en el mundo.
— Aprender a entenderme. Nadie me enseñó a gestionar mis sentimientos y he tenido que aprenderlo por mi cuenta: inteligencia emocional, regulación emocional, mentalización y reflexión sobre mis estados anímicos. Escribir un diario me ayuda a entender cómo me siento.
— No llevar reloj. No tengo horarios ni tengo rutinas. Prefiero que mis días sean todos diferentes. No distingo martes de domingo porque siempre he trabajado para mí. He aprendido a abrazar la incertidumbre; me gusta más así.
— Pasar tiempo solo. Tomé un camino sin camino, apartado de la senda que la mayoría huella. He viajado mucho solo, y paso la mayor parte de mi tiempo solo. Aunque disfruto de la buena compañía, me siento bien solo.
— Entender que la atención es más valiosa que el tiempo. La divisa de nuestro tiempo es el tiempo, pero más escasa que mi tiempo es la atención. Solo puedo tener un puñado de cosas en la cabeza, y soy muy selectivo con ellas.
— No consumir diarios ni televisión. Vivimos en la era de la sobrecarga cognitiva: el ruido embota nuestra mente y nos hace confundir lo urgente con lo importante. Al igual que no como cualquier cosa, también filtro muy bien lo que alimenta mi cerebro.
— Aceptar que no tengo el timón de mi vida. Estoy trenzado contigo, con la Naturaleza y con el todo. Yo no tengo control sobre la mayoría de las cosas que me pasan. Yo solo controlo mi actitud.
Esta es mi receta. Habrá otras mejores.
Humildemente la comparto; difúndela si te inspira o ayuda.
El desastre de las inversiones públicas en digitalización es tan flagrante que salta a la vista un inevitable ciclo de vida:
1️⃣ Anuncio a bombo y platillo de una iniciativa «revolucionaria»
2️⃣ Dos años de irrelevancia quemando dinero público
3️⃣ El servicio desaparece discretamente
Es el ciclo de vida del dispendio del dinero público en «tecnoalardes» efectistas que solo sirven para una cosa: la propaganda de políticos e instituciones.
Son inversiones que duran lo que dura el dinero público. Y cuyo objetivo no es el bienestar mediante la tecnología, sino la propaganda mediante el erario. Es una perversión de principios. Es un insulto.
Las ciudades «smart» y los «marketplaces» —más de un centenar he contado— ya han alcanzado la fase 3️⃣: la fase de extinción. Ya son fósiles en las hemerotecas.
Los «metaversos» y los «destinos turísticos inteligentes», en cambio, se encuentran en fase 2️⃣: la irrelevancia que antecede a la desaparición.
Pero por cada estrella que se apaga tres nuevas se encienden en este firmamento imbécil del despropósito con el dinero de todos: son los proyectos públicos de «inteligencia artificial», ya en la fase 1️⃣ del ciclo.
¿Qué necesitamos; qué pedimos? Que renovar el DNI no sea un laberinto, que comprar un billete en la web de Renfe no sea una yincana y que los trámites digitales no te consuman la mañana. Estado del bienestar.
Y ellos, ¿qué nos dan? Metaversos que nadie ha pedido, mapas millonarios en Fortnite, páramos sensorizados y carísimas pero inútiles «apps» anunciadas con fanfarria. Bienestar del Estado.
Quiero un ministro para la Transformación Digital que sepa de lo que habla. Que utilice los ingentes recursos públicos para transformar las patéticas interfaces Administración-ciudadano. Que utilice su atalaya para denunciar y arrasar con toda esta basura que ha infectado las instituciones, caiga quien caiga. Y que no me tome por tonto.
Ciudadano contacta Ministerio.
Ministerio responde enlace a trámite digital.
La dirección del trámite:
❌ https://www.policia.es/_es/colabora_informar.php?strTipo=CGPJDT
¡Eso es una ñapa! No lo digo yo; lo dicen todas las guías de buenas prácticas desde hace 20 años.
¿Cómo son las direcciones de los buenos servicios digitales?
1️⃣ Son cortas, legibles y fáciles de recordar. Para que sea fácil leerlas, dictarlas, escribirlas y compartirlas.
❌ La dirección de este trámite es larga y contiene tecnicismos como «?strTipo=CGPJDT», que el programador tendría que haber ocultado de la vista del usuario final (léase «mi madre»). Alarga y complica la dirección sin motivo.
2️⃣ Son semánticas. Para que el usuario pueda deducir qué hacen sin necesidad de hacer clic en ellas.
❌ En este caso, lo único legible es «colabora_informar». Da alguna pista, pero no deja suficientemente claro de qué trámite se trata.
3️⃣ Son agnósticas de la tecnología. Para que no cambien cuando el organismo renueve su portal. Y para no revelar información de la tecnología subyacente a potenciales atacantes.
❌ Esta dirección es de un portal desarrollado con tecnología PHP. Esto brinda a un delincuente información valiosa sobre la arquitectura subyacente, que puede aprovechar para dirigir su ataque hacia brechas de seguridad conocidas en esa tecnología.
4️⃣ No cambian. El portal puede cambiar, pero su dirección no debe cambiar nunca.
❌ Cuando la Policía renueve su portal con una tecnología diferente a PHP, esta dirección cambiará, provocando un alud de enlaces rotos y errores 404 por todo internet.
Entonces, ¿cómo debería ser la dirección de este trámite? Algo así:
✅ policia.es/informar
✅ policia.es/informar-de-abuso
Qué diferencia, ¿verdad?
Nótese que no hace falta escribir en nombre del protocolo («https://») ni tampoco el subdominio («www.»). Sí, por lo que sea, quieren escribir el protocolo, que al menos omitan el «www.»: es redundante y solo alarga y complica la dirección.
Escribo esto porque estoy harto de encontrarme enlaces rotos cuando surco los mares de los organismos oficiales. Y de padecer trámites digitales mal diseñados, mal implementados y mal mantenidos.
¡Ojalá este tuit ayude o inspire a los técnicos que programan estos trámites digitales, sean públicos o no! 😃
Si te ha gustado, redifunde. Así llega más lejos. 😊
Las leyes¹ prohíben el «spam» telefónico, pero muchos ciudadanos siguen padeciendo este acoso.
⚠️ El Gobierno lanza ahora una Agencia pública para regular la IA. Aunque ya tiene un palacete y 80 empleados, tampoco evitará el abuso.
Regular es necesario. Pero regular tiene contrapartidas: incrementa los costes de cumplimiento normativo, añade costes de supervisión y puede desincentivar la innovación.
Al igual que el Código Penal no evita los delitos, la regulación, por sí sola, no evita los abusos.
Basta observar el «spam» telefónico: la regulación es ineficaz, pues las llamadas publicitarias no autorizadas siguen siendo una práctica rampante: las leyes no han acabado con ellas, y los mecanismos reactivos a disposición de la ciudadanía son lentos y complejos (denuncia a la AEPD) o simples pero ineficaces (bloquear el número llamante).
En España, el organismo encargado de repartir la numeración telefónica es la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC).
💡 Un mecanismo reactivo eficaz permitiría a los usuarios, tras una llamada de teléfono, reportarla fácilmente desde su dispositivo como «spam» telefónico. El dispositivo, a través de una API pública implementada por fabricantes o «apps», reportaría a la CNMC que el número llamante era publicidad ilegal o un intento de fraude. Y el análisis agregado de un gran número de reportes de la ciudadanía («crowdsourcing») permitiría a la CNMC investigar y, en su caso, aplicar a los titulares de los números más denunciados el régimen sancionador establecido en la regulación.
Tal bucle de retroalimentación erradicaría casi completamente el «spam» telefónico y las llamadas de fraude. Pero tal cosa —que yo sepa— no existe.² Solo existe la regulación.³
En definitiva: la regulación es necesaria pero insuficiente. Y con la AESIA y el advenimiento acelerado de la inteligencia artificial pronto nos encontraremos igual de desprotegidos que con el abuso de la publicidad telefónica.
Es por eso que, como país, además de regulación mecanismos reactivos eficaces y de baja fricción que cierren el bucle de retroalimentación reportando los abusos.
(Y presentar una instancia oficial en la sede electrónica de un organismo público —sea la AEPD o la AESIA— es todo lo contrario a «baja fricción»).
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¹ La ley 11/2022, de 28 de junio, General de Telecomunicaciones, la ley 34/2002, de 11 de julio, de Servicios de la Sociedad de la Información y de Comercio Electrónico, el Reglamento (UE) 2016/679, General de Protección de Datos o la ley Orgánica 3/2018, de 5 de diciembre, de Protección de Datos Personales y Garantía de los Derechos Digitales.
² Existen «apps» que bloquean los números que han sido frecuentemente reportados como sospechosos. Son un intento de hacer privadamente lo que la Administración pública no hace.
³ E ideas voluntaristas como la Lista Robinson, con la doble paradoja que supone: inscribirse en una base de datos pidiendo no aparecer en bases de datos, y confiar tu número de teléfono a una organización privada de la misma industria que te bombardea con publicidad.
Formas de apoyar la sanidad pública.
📢 Ruidosas pero ineficaces:
— Repetir lemas politizados
— Redifundir consignas tuiteras
— Gritar consignas en manifestaciones
— Aplaudir a los médicos desde el balcón
✨ Discretas pero eficaces:
— No fumar
— No tomar drogas
— Evitar el sobrepeso
— Hacer ejercicio físico
— Evitar el consumo de alcohol
Leo ahora esto:
«Los partidos políticos, hoy en día, se reducen a fórmulas vastas e imprecisas de las que no se puede deducir lógicamente y con claridad nada. […] Lo único concreto es un círculo pernicioso por el que los individuos arruinan los partidos, y los partidos no ayudan al progreso de los individuos […] Los partidos, en suma, van un siglo por detrás. Y la ciudadanía está incómoda. La historia avanza y la ciudadanía avanza con ella. Pero los partidos no pueden permanecer inmóviles. [Los partidos] están promoviendo la desorganización y la confusión, esas que para organizar y ordenar nacieron».
La reflexión es de un joven periodista italiano, Piero Gobetti, en 1919. Aprendo con esta y otras lecturas recientes que la desafección con el sistema de partidos —lo que hoy, peyorativamente, se dice partidocracia— viene, al menos, de un siglo atrás.
Si de aquella decadencia del sistema de partidos surtió el fascismo —estoy leyendo mucho estas semanas sobre Gabriele d'Annunzio— me pregunto si de la desafección, la antipolítica y el abstencionismo de nuestro siglo, en concurso con el poder inédito de las redes sociales como medio de comunicación y alienación de masas, no florecerán pronto nuevas autocracias globales a golpe de tuit.
Parece que el péndulo de la historia está cambiando de sentido. Quizá pronto dejemos de elegir a nuestros gobiernos. Quizá pronto troquemos la democracia parlamentaria por la democracia plebiscitaria: consultas directas en las redes sociales para legitimar un poder político cada vez más centralizado, infantilización del debate público, reducción de problemas complejos a dicotomías binarias («a favor», «en contra») y el debilitamiento de las instituciones representativas. Quizá ya estemos ahí.
Del archivo de vívidas memorias de este año:
En enero estaba solo, roto y sediento de cielos nuevos. Acabé frente al 105 del bulevar Орце Николов de Skopje, en un discreto café que se llama Nadzak.
Lo mejor de la vida sucede por accidente: al pasar distraído junto al Nadzak oí una canción que me llamó la atención. Me paré a escucharla. La busqué y descubrí que era un éxito de Iva Zanicchi de 1971: «La riva bianca, la riva nera».
A la mañana siguiente volví a pasar por el Nadzak, sito a medio camino entre mi apartamento y los cafés de la Plaza de Macedonia a que solía ir a escribir y programar.
Pero esta vez sonaba Aznavour. Volví a detenerme sorprendido. ¿Qué trébol de cuatro hojas era aquel que resistía en la vasta pradera global del reguetón y la música más zafia?
Troqué mis planes y entré al Nadzak. Afuera el sol fundía sobre la acera la nieve exigua de la noche anterior. Me senté en una esquina al abrigo de una estufa de gas y saqué el portátil.
Aquellas semanas fui todas las mañanas al Nadzak.
La última, de camino al autobús que me llevaría a Bulgaria, me detuve a agradecer al mesero su heroica resistencia a la pandemia del «arte degenerado». Muy cordial, el chico del Nadzak me anotó en un recorte de papel el nombre de la emisora serbia que ambientaba mis mañanas.
Desde entonces, escribo y programo escuchando esta emisora sin publicidad que son en realidad varias: de la «nouvelle chanson» al rock de la antigua Yugoslavia; del Festival de San Remo al sirtaki.
Y cuando me siento solo, roto y sediento de cielos nuevos, me reconforta pensar que en mi esquina del Nadzak alguien escucha conmigo a Zanicchi o Aznavour, al abrigo de una estufa de gas.
Morirse es un lío.
Hice mi árbol genealógico, pero más arriba de un par de generaciones en los archivos públicos solo hay datos glaciares: fecha y lugar de nacimiento, matrimonio y muerte, discretos recortes de prensa y algún pasaje de indiano.
¿Dónde se esconde el oro del acervo? No es en los guarismos y efemérides, sino en los pensamientos que inspiraron, preocuparon o ilusionaron a nuestros ancestros. No es en los datos personales, sino en la personalidad.
Pero la personalidad rara vez se lega.
Rara vez trasciende.
Hace años que escribo un diario personal. Ya son más de 400 páginas colmadas de reflexiones, sentimientos, incertidumbres e ilusiones. Porque no es lo mismo estar vivo que vivir. Y porque es el único espacio de expresión escrita en que puedo regodearme desatado en esta voluptuosidad tan mía de escribir como un talibán del lenguaje, como un muyahidín de las palabras.
Mi diario está cifrado con un par de clave criptográficas. La clave privada está cifrada, a su vez, con una enorme contraseña que solo existe en mi cabeza.
Llamé a la notaría y pregunté cómo incorporar a mi testamento la clave que desbloquea mi diario y algunas viejas fotografías digitales que son importantes para mí. Quería legar mis pensamientos. Mi personalidad. Y un hatillo con criptomonedas.
Para sorpresa de nadie, parece que tal cosa no es posible. O el oficial que me atendió¹ —al menos— no sabía hacerlo. Pregunté entonces si yo podía depositar un sobre lacrado que solo pudiese ser abierto al cabo de unos años de mi fallecimiento. Me explicaron que esto tampoco es posible.
Somos una generación frontera. Por encima de la nuestra, todo es celulosa. Por debajo, todo es silicio. Nuestra generación está digitalizando el mundo. Sin embargo, los ladrillos más fundamentales de nuestro universo siguen siendo seculares: firma ológrafa, papel timbrado, cita previa.
Así que asumo que desaparecerá conmigo mi elaborado diario digital, crónica de mi personal camino. Hay obras, hay cartas, que no necesitan de lector. Y constato que solo lo que publique en vida trascenderá mi muerte.
He renovado mi dominio web por una década, el máximo posible. Y para este año que estrenamos me conjuro —sin dejar de hacerlo aquí— a escribir más en mi sitio web.²
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¹ Escribo «atender» pero debería decir «despachar», pues en las tres notarías que he pisado últimamente he tenido que plantear mi consulta de pie ante un mostrador, sin ninguna intimidad ni opción de repreguntar.
² Los curiosos pueden buscar las cinco letras de POSSE: «Publish (on your) Own Site, Syndicate Elsewhere».
De adolescente me dolían los huesos y mi madre me llevó al médico.
—Es normal; es el crecimiento —me dijo el doctor.
En la universidad aprendí que aprender es incómodo. Uno no se sienta durante semanas delante de unos crípticos apuntes sobre integrales vectoriales tomados a toda velocidad desde la duodécima fila de un aula escalonada y simplemente disfruta de la lectura. No. A menudo pasaba horas atascado, intentando entender un razonamiento al que le faltaba un paso. O tenía que saltar al concepto siguiente sin terminar de comprender del todo el anterior. Aprender te ensancha la mente, y eso es incómodo.
En la empresa conviví con el estrés durante diez años. Fui muy feliz, pero era muy estresante hacer crecer un negocio y liderar un equipo siendo socio y administrador único. Una mañana llegó temprano un compañero a la oficina:
—¡Que pronto has venido hoy! —me dijo sorprendido.
—No he llegado pronto; es que aún no me he ido.
Emil Zátopek es una leyenda del atletismo. En las Olimpiadas de 1952 logró una gesta sobrehumana que nadie más ha repetido: ganó las medallas de oro corriendo lo 5000 metros, los 10 000 metros y la maratón, y batiendo el récord del mundo en todas ellas. Mientras corría, Zátopek gemía, gesticulaba, se fruncía y hacía muecas. Un día le preguntaron sobre este particular estilo.
—Mira… una maratón no es como la gimnasia rítmica; yo no puedo correr y sonreir al mismo tiempo —contestó.
Y esta es la realidad que a menudo omiten los patéticos manuales de autoayuda, los vídeos motivacionales de internet y los «coach» de los mundos de Disney:
Que crecer duele.
Que aprender es incómodo.
Que el éxito es aldaba del sacrificio.