¿Qué fue de @CENATIC?
¿Qué pasa con el CTT, el Centro de Transferencia de Tecnología?
El «software» pagado por la Administración pública con dinero público debería ser… ¡público! 🎉 Y reutilizarse.
Gracias por la entrevista, Escuela Balear de Administración Pública.
✍️ ¿Cómo funcionan las listas de espera en la sanidad pública?
Todo sería más fácil si las autoridades sanitarias publicaran datos detallados y actualizados a diario —o, al menos, semanalmente— de las listas de espera en cada especialidad.
Pero no hay datos. O yo no los encuentro. Todo lo que veo son unos indicadores agregados que publica el Ministerio dos veces al año. Y que no sirven para nada: son dos fotogramas borrosos de una película en la que, literalmente, nos va la salud.
📊 Hechos
1️⃣ Ayer pido cita con el especialista y me la dan para mayo de 2026: eso son 394 días de espera.
2️⃣ Mi amiga Oksana pidió cita el 12 de febrero y se la dan para el 22 de diciembre: 313 días de espera.
Ambos en la misma ciudad, para la misma especialidad (oftalmología) y con la misma prioridad, aunque en diferente centro de salud.
Esto es un problema clásico de teoría de colas:
— λ es la tasa de llegada de pacientes
— μ es la tasa de pacientes atendidos
Asumo que el sistema es dinámico: μ, por ejemplo, decrecerá en agosto porque hay más sanitarios de vacaciones. Supongo que λ también es función del tiempo, porque la población del territorio fluctúa durante el año, entre otras razones.
Otra simplificación válida para entender la dinámica de colas del sistema sanitario: aceptar que la dinamicidad es cíclica y tiene período anual. Esto es, que las variaciones en λ y μ son todos los años, a grandes rasgos, las mismas:
λ(t) = λ(t + T), μ(t) = μ(t + T), con T=365
El tiempo que un paciente pasa en el sistema es W, y el tiempo que pasa esperando es Wq. Como el tiempo en la consulta médica (minutos) es despreciable frente al tiempo de espera (meses), podemos aceptar que:
Wq ≈ W
Para simplificar aún más, consideremos que todos los pacientes tienen la misma prioridad.
Sea el 1 de enero de 2025 el origen de tiempo y A el día de entrada de un paciente a la cola. Entonces:
A[Jaime] = 92 días
A[Oksana] = 42 días
Pero:
— W[Jaime] = 394 días
— W[Oksana] = 313 días
Es decir, que yo entro a la cola 50 días más tarde que Oksana, pero salgo 81 días después. ¿Por qué? No hay transparencia en los datos ni en los algoritmos, así que solo puedo hacer suposiciones.
❓ ¿Cómo se asigna un médico especialista a cada nuevo paciente que entra al sistema?
— Un criterio simple es hacerlo por turnos rotativos («round robin»). Pero esto no es óptimo ni balancea la carga.
— Otra opción es asignarlo al especialista con menor cola en cada momento. Esto balancea la carga, pero castiga con más trabajo a los médicos más eficaces.
🧐 ¿Se está deteriorando el sistema?
En teoría de colas, un sistema es estable si cumple que, en promedio y a largo plazo:
λ ≈ μ
Pero en 50 días el tiempo de espera ha aumentado en 81 jornadas, lo que sugiere que el sistema podría ser inestable (estar divergiendo), al menos en estos momentos y para esta especialidad. Es decir; cada día que pasa el sistema sanitario estaría más tensionado, y los tiempos de espera serían cada vez mayores.
Hemos dicho que el sistema es cíclico. Si además fuese estable o convergente, entonces el rápido crecimiento de W en estas semanas tendría que anularse con un decrecimiento compensatorio en otro momento del año. Marzo es temporada alta de gripe, pero la especialidad en cuestión es oftalmología… ¿es esta demanda estacional? No se me ocurren razones. ¿Será entonces la oferta de oftalmólogos lo estacional aquí? No sé…
Otra posibilidad: lo que está sucediendo es que el sistema se está degradando lentamente (λ > μ). Esto significa que el sistema público es insostenible en el largo plazo y se está hundiendo a cámara lenta.
⚙️ ¿Qué soluciones hay?
Me han dado 394 días de espera: más que una cita, es un insulto. Quejarme no arregla nada, así que aquí van algunas soluciones. No es física cuántica; son propuestas de cajón. Y si alguna ya está en marcha… es evidente que, por lo que sea, no está funcionando bien:
1️⃣ Implementar un sistema que capture y publique datos anonimizados y actualizados a diario del estado del sistema y sus dinámicas: λ, μ y W de cada especialista y especialidad, centros de salud, agendas de los médicos, indicadores de carga del sistema, de sus partes, KPI de evolución temporal… Microdatos y un cuadro de mando integral.
2️⃣ Definir un algoritmo dinámico, público y auditable de asignación de pacientes a especialistas. Nada de cajas negras; nada de manipulación para colar a los amigos. Entradas: calendario laboral de cada profesional, tipo de patología, urgencia, edad del paciente… Esto permitiría balancear el sistema y detectar cuellos de botella antes de que se cronifiquen.
3️⃣ Incrementar temporalmente μ: más especialistas, más consultas, más eficiencia… Esto descongestionaría el sistema y reduciría W incluso aunque el sistema permanezca inestable en el largo plazo. Aunque solo fuese temporal, un aumento puntual de capacidad provocaría una reducción duradera del tiempo promedio de espera.
👉 Esto último es lo que hizo el primer gobierno de Aznar en 1996: abrir los quirófanos por las tardes. Fue caro y no resolvió el problema de fondo, pero alivió la situación durante algún tiempo.
🎉 Comentario final
Sé que la realidad es bastante más compleja que estas notas mías en una servilleta. Solo intento entender lo que la sanidad pública no me explica, y que está manifiestamente roto.
…Y en el berlanguiano episodio de hoy de «Jaime y el Servicio Cántabro de Salud»:
La doctora —una nueva, que me ha atendido superbién— me extiende una receta por lo mismo que hace quince días. Pero la leo y veo que tiene exactamente el mismo error que hace quince días. Se lo señalo.
—¡Menos mal que me has avisado! —me reconoce mientras sale la receta corregida por la impresora.
—Pues yo no tengo ni idea de medicina, señora —musito para mis adentros, aunque decido quedarme calladito.
—Voy a darte también un volante para el especialista. Como hay mucha lista de espera, te pongo como preferente…
Todo iba más o menos bien, pensaba yo, hasta que añade, lo juro:
—…que les llega por fax.
Por fax. ¡Por fax! Mis oídos lo escucharon nítida, inconfundiblemente: dijo que enviarían mi volante por fax. ¡Por telefax!
Un silencio casi mágico se abre paso en la consulta, apenas rasgado por un nuevo papel que escupe diligente la impresora. Y allí quedamos ambos, doctora y paciente, mirándonos por un instante infinito a los ojos, aguardando lo inevitable:
—¿Y los que no son preferentes cómo llegan, en diligencia? —añado yo, sin poder evitar partirme sonoramente la caja allí mismo, y hacia el final de la frase ponerme a hacer aquellos ridículos gestos de Chiquito de la Calzada cabalgando y cantando «…¡este es el caballo que viene de Bonanzaaaa!».
La doctora estalla en una carcajada y ambos seguimos allí, sentados e inmóviles, mirándonos con lágrimas en los ojos, dichosamente ungidos de esa especie de sororidad mística, de esa inexplicable fraternidad entre desconocidos que, en el Universo entero, solo puede crear el sistema público de salud. Es algo que no se puede expresar con palabras. Hay que estar allí para vivirlo.
Pero ella recupera inmediatamente su tono profesional y corporativo:
—Es que en el Servicio Cántabro de Salud vamos todavía un poco así… —dijo como intentando expiar lo inexpiable.
Nos despedimos muy cordialmente, y le agradecí con vehemencia la atención y el sentido del humor, que es lo único saludable que hallé en el centro de salud. Ya camino de la calle, me detengo en el mostrador del vestíbulo y entrego a una mujer, muy amable, mi volante para el especialista. Me da cita para mayo. Estoy sacando el móvil del bolsillo para agendarlo cuando oigo que añade:
—…del año que viene.
No sé que cara puse, porque cada interacción mía con la Administración pública es una odisea emocional que ríete tú de Ulises. Al otro lado del metacrilato, la mujer puso un tímido mohín como de empática disculpa.
—Pe… pero… no puede ser; la doctora me ha dicho que es un volante «preferente».
—Ah, pero es que en el papel no lo ha puesto… Dame un minuto, que lo cambio.
Y otra impresora vomita otro folio de papel. Y aquí ando yo, mis apreciados amigos, esperando que me notifiquen «por carta o teléfono» la fecha del próximo episodio de esta saga. Pero antes, alguien tiene que enviar un fax.
🎉 Un pueblo de Ávila ha pillado 476.000 euros de fondos NextGenerationEU y han tenido una idea genial:
Intentar lo mismo que ya fracasó en Logroño, Utrera, Benicarló, Antequera, Sevilla, Vizcaya, Torrelavega, Toledo, Vigo, Altea, Huelva, Cáceres, Brunete, Badajoz, Algeciras, Ciudad Real, Alzira, Cartagena, Valladolid, Dénia, Murcia, Beniel, Almería, l'Alfàs del Pi, Benavente, Cuenca, Soria, Lugo, Jaén, Ceuta, Burgos, Manacor y Ponferrada.
El BOCYL publica hoy el cese de dos responsables del Servicio de Empleo de la Junta de Castilla y León.
Hace unos días denunciaba aquí que la Junta está promoviendo con fondos europeos cursos de formación obsoletos.
Ignoro si hay relación entre mi denuncia y sus ecos —estuve explicándolo en radio y televisión— y estos ceses pero, de haberla, lamento las consecuencias humanas y celebro que lleguen cambios.
Soy un simple mortal obcecado en librar una guerra que no se puede ganar: que la Administración sea excelente.
Del coste personal no suelo hablar: me granjeo enemistades, la exposición me agobia, mi carrera profesional está aparcada y a menudo me concomen las dudas. Mi salvavidas: las bellas amistades que forjo en el camino y el sentido del humor.
Perderé la guerra, ¡pero vamos ganando batallas! Solo este mes ya van cinco:
👉 La publicación del «framework» tecnológico del Gobierno de Cantabria y la aprobación de una Proposición no de Ley en su Parlamento.
👉 La aprobación en un Pleno municipal de una moción con mejoras en la tecnología de atención a la ciudadanía.
👉 La elaboración y publicación de un elaborado estudio con mejoras a la transparencia en la contratación pública de Cataluña.
👉 La conferencia en el Mobile World Congress de Barcelona, ante cientos de técnicos y universitarios, animándoles a implicarse desde su profesión en la mejora de lo público.
👉 Y ahora —parece— cambios en la política de formación en habilidades digitales que promueve la Junta de Castila y León.
¡Hemos logrado todo esto desde las redes sociales, sin un euro de dinero público y sin caer en el partidismo y la polarización!
Y digo «hemos», en plural, porque nada de ello hubiera sucedido sin vosotros. Cada «like» que dais, cada nuevo seguidor, cada nuevo patrono en Patreon ❤️, amplifica este altavoz y me da munición para librar esta pelea con inteligencia. La única guerra en que todos ganamos.
¡Gracias a todos! Por lograr estos cambios …y los que están por venir.
💪🙏
Domingo.
Me levanto con un párpado inflamado. Un rollo, pero nada grave; ya me pasó el año pasado en Coímbra. Entré a una farmacia, me dieron una pomada y, en dos días, ventilado.
Voy a una farmacia santanderina y pido la pomada.
—¡No tan deprisa, forastero! —me dice simpático el farmacéutico—. Esa pomada tiene antibiótico y solo puedo dispensártela con receta.
No pasa nada —me digo—. Tenemos una de las mejores sanidades del mundo.
Desde el coche intento pedir cita por internet en mi centro de salud. Hay un hueco dentro de tres días, pero creo que para entonces tendré el ojo bastante peor. Pido auxilio por teléfono a un amigo médico:
—Ve a Urgencias y allí te darán la receta.
—Lo mío no es una urgencia —pienso— pero necesito la pomada.
Arranco el coche, cruzo la ciudad y aparco en el hospital Valdecilla. Intento ungirme de paciencia. Tras un par de patéticas horas en una sala de espera congestionada, vuelvo a escribir a mi amigo.
—¡A Urgencias del hospital no, hombre, que está lleno! Tienes que ir a Urgencias del centro de salud.
Yo me acuerdo del chiste aquel: «La experiencia es eso que obtienes justo después de haberlo necesitado». Resignado, pago el tique del aparcamiento y cruzo de vuelta la ciudad. Consigo aparcamiento cerca del centro de salud.
Entro. En el vestíbulo, al otro lado del mostrador, una señora charla animadamente con el vigilante de seguridad. Cuando me aproximo, me pregunta qué me pasa. Yo dudo si contarle mi problema. ¿Es médico esta señora? ¿Debo comentarle un asunto de salud personal ante el vigilante de seguridad?
—¿Qué te pasa? —me apremia mientras yo pensaba todo aquello.
—Tengo un párpado inflamado y…
—No; no me cuentes los detalles… tú necesitas una receta, ¿sí? —me interrumpe.
—Exacto.
—Pues pasa a la sala —me dice mientras teclea algo en el ordenador.
Es una de esas tardes tontas de invierno. Creo que hay partido de fútbol. La sala de espera está vacía. Cuando llevo diez o quince minutos, una puerta se abre. Otra señora, o quizá era la misma, se me acerca.
—Vas a tener que esperar un poquito, que la doctora está comiendo.
—No pasa nada; tampoco tengo prisa… —contesto sintiéndome instantáneamente imbécil al constatar que no he podido comer yo.
Tras cincuenta minutos de espera oigo al otro lado de la pared un alarido gutural:
—¡JAIMEEEEE!
Me incorporo, me atuso el flequillo con los dedos y aclaro la voz dirigiéndome con paso seguro a la caverna.
—¡JAIMEEEEEEEEEE!
—¿Estoy en la sanidad pública o en Cabárceno? —me pregunto al cruzar el umbral de la consulta.
—Bue…
—¡Dime!
—…nos días.
Supongo que era doctora, aunque no llevaba bata. Me miraba sentada, inquisitiva y con ambas manos al teclado del ordenador, mientras yo aguardaba de pie que me concediese la cortesía de invitarme a tomar asiento.
La cortesía no llegó e hice «timeout». Yo empezaba a sentir las pavorosas llamas de un incendio crecer dentro de mí.
—Disculpe; voy a cerrar la puerta, voy a tomar asiento, y después le explicaré qué me trae aquí.
Y así, a puerta cerrada y sentado frente a la doctora, le expliqué que me había levantado con un párpado inflamado. Ella tecleó algo en el ordenador.
—Vale; ya lo tienes.
—¿Cómo?
—Que ya lo tienes en la receta electrónica. Vas a una farmacia y te dan una pomada.
—Ah, ¡gracias!
Pero me pudo esta tontería mía de no resignarme al delirio e intentar mejorar cómo funcionan —funcionar es mucho decir— las cosas.
—El año pasado me sucedió esto mismo en Portugal y me dieron la pomada en la farmacia. No tuve que venir a Urgencias, ni consumir recursos de la sanidad pública, ni perder el ti…
—Ya, pero es que Portugal es otro sistema.
—Lo sé. Lo que quiero decirle es, ¿no serías más eficiente para el Sistema y para mí, al menos para este caso, hacer lo que hace Portugal?
—Pero es que son leyes. Y a veces son absurdas, pero son así y tenemos que seguirlas. Tampoco puedes comprar paracetamol de un gramo sin receta pero, en cambio, puedes comprar el de 500 mg y tomar dos, que es lo mismo. Es absurdo, pero son normas y hay que cumplirlas.
Yo quería explicarle a la doctora que esas normas no están cinceladas en piedra y que se pueden cambiar. Quería explicarle que en aquella consulta, yo era el usuario y ella la representante del Servicio Cántabro de Salud. Quería explicarle también que existen procedimientos administrativos internos por los cuales ella puede canalizar mi sugerencia de mejora para que, algún día, Dios sabe qué gerifalte la tenga en cuenta cuando toque actualizar las normas. Quería explicarle a la doctora muchas cosas, pero ella me despedía con la mirada y yo me había puesto inconscientemente de pie, deseando largarme cuanto antes de allí.
¡Al menos ya tenía la receta! Ensillo nuevamente a Rocinante y jineteo de vuelta a la farmacia de guardia. Aparco malamente en una parada de autobús. Enciendo las luces de emergencia y entro corriendo.
—Quería un medicamento que tengo en mi receta electrónica.
—Dígame su número de tarjeta sanitaria.
Deletreo la retahíla mientras el chico teclea en el ordenador. Yo miro el coche de reojo.
—¡No te preocupes! Cuando hay partido la policía no viene hasta aquí —me dice simpático.
Pero el farmacéutico frunce entonces el ceño.
—Vaya… tenemos un problema.
—¿Hay que perdirla al almacén?
—No, no es eso… el médico te ha puesto pomada para uso tópico, y esa no te vale para los ojos.
—Ya veo que la policía no es lo único que no funciona aquí.
—Pero no te preocupes… puedo hacer un truco y yo te doy la pomada correcta. Aunque, claro, tendrás que pagarla entera. Si la receta estuviese bien sí te entraría por la Seguridad Social.
En Coímbra, en la plaza del Ocho de Mayo, hay una pequeña farmacia que hace esquina. En agosto entré y expliqué en castellano que tenía una párpado inflamado. Me dieron al momento una pomada y, en dos días, ventilado.
Y escribo esto preguntándome cuántas horas, cuántos millones de horas productivas anuales perdemos los españoles en laberintos burocráticos así.
¡Me han cazado!
¡He sido descubierto! Y yo que pensaba que nadie lo notaría… ¡Qué ingenuidad la mía creer que mi astuto plan de conquistar un cargo público pasaría inadvertido!
Si es que me muero… Te juro, amigo, que me muero de ganas de que un político me rescate de la irrelevancia y me conceda un puestazo en alguna agencia pública …O mejor aún, ¡la presidencia de un flamante Observatorio Nacional de Algo Épico™️!
Nada deseo más en esta vida que tener un político por jefe, sacrificar mis principios en el altar de sus caprichos y trocar sometido mis principios por los suyos. ¡Es que sueño con ello cada noche!
Entrar cada mañana a mi despacho oficial, ¡con banderas a un flanco! Que me den un PC con Windows, una VPN que solo funciona los días pares y credenciales para navegar heroicamente por una intranet con Internet Explorer. Una fotocopiadora que se atasca cada jueves. Y un administrativo con fax.
¡Qué fantasía, amigo mío! Un equipo de funcionarios a mi cargo en un palacete con cubículos. Necesitar un informe de los servicios jurídicos hasta para estornudar. ¡Reuniones eternas! Inaugurar simposios y congresos con flowerpoints… ¡Cómo me excita la idea!
Es el broche que mi currículum necesita: ¡nudo Windsor y a gestionar un presupuesto público! Volar a Bruselas o a Madrid revisando planes estratégicos con Microsoft Word 2016. Hablar todo el día de sinergias, enfoques holísticos, cambios de paradigma, apuestas firmes, disrupción y resiliencia. Cambiar con orgullo mis Converse rotas por lustrosos zapatos de piel y pisar moqueta todo el día.
Informes que se demoran meses, mudarme a Madrid, abogados por todas partes y necesitar tres firmas hasta para comprar un paquete de folios.
¡Sí, por favor! Me muero de ganas.
El Congreso debate hoy si crear «una red social pública europea».¹
En un clima tan ideologizado como el actual, el país se reparte apasionadamente entre dos polos: «a favor» y «en contra».
Pero en el asunto se entretejen unas hebras mucho más sutiles, intrincadas e interesantes: la opacidad algorítmica, las plataformas versus la descentralización, los límites de la libertad de expresión, el futuro de la web como ecosistema, los protocolos abiertos y cerrados, la aporía de la moderación…
Apagados los focos, del debate parlamentario seguramente no quedará más que consignas y ecos de ruido. Pero quisiera escribir más a fondo sobre este interesante asunto. Ya lo hice el verano pasado, en respetuosa respuesta a Odón Elorza: jaime.gomezobregon.com/de-las-plataformas-de-internet
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¹ Página 35 de congreso.es/public_oficiales/L15/CONG/BOCG/D/BOCG-15-D-287-C1.PDF
Para todos los interesados en perder el tiempo en algo absurdo, os dejo este curso de Flash que promueve el Servicio Público de Empleo de Castilla y León y financia el Ministerio de Educación.
Flash fue una tecnología popular a finales del pasado siglo. Hace años que está muerta y su fabricante, Adobe, «recomienda encarecidamente desinstalar Flash Player de inmediato».
Y otro día hablamos de los chiringuitos de formación en competencias digitales florecidos al calor del dinero público. Con una garrafa de gasolina.