Leo ahora esto:
«Los partidos políticos, hoy en día, se reducen a fórmulas vastas e imprecisas de las que no se puede deducir lógicamente y con claridad nada. […] Lo único concreto es un círculo pernicioso por el que los individuos arruinan los partidos, y los partidos no ayudan al progreso de los individuos […] Los partidos, en suma, van un siglo por detrás. Y la ciudadanía está incómoda. La historia avanza y la ciudadanía avanza con ella. Pero los partidos no pueden permanecer inmóviles. [Los partidos] están promoviendo la desorganización y la confusión, esas que para organizar y ordenar nacieron».
La reflexión es de un joven periodista italiano, Piero Gobetti, en 1919. Aprendo con esta y otras lecturas recientes que la desafección con el sistema de partidos —lo que hoy, peyorativamente, se dice partidocracia— viene, al menos, de un siglo atrás.
Si de aquella decadencia del sistema de partidos surtió el fascismo —estoy leyendo mucho estas semanas sobre Gabriele d'Annunzio— me pregunto si de la desafección, la antipolítica y el abstencionismo de nuestro siglo, en concurso con el poder inédito de las redes sociales como medio de comunicación y alienación de masas, no florecerán pronto nuevas autocracias globales a golpe de tuit.
Parece que el péndulo de la historia está cambiando de sentido. Quizá pronto dejemos de elegir a nuestros gobiernos. Quizá pronto troquemos la democracia parlamentaria por la democracia plebiscitaria: consultas directas en las redes sociales para legitimar un poder político cada vez más centralizado, infantilización del debate público, reducción de problemas complejos a dicotomías binarias («a favor», «en contra») y el debilitamiento de las instituciones representativas. Quizá ya estemos ahí.