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Del verano del 92

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9 months ago

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Hoy encontré la factura de mi primer PC: un 286 de 10 MHz. Era en el verano de 1992 y yo tenía 10 años. Con aquel ordenador aprendí MS-DOS 6.0 y Windows 3.11 e hice programas infantiles en QBASIC. Tengo una anécdota grabada: Por aquel entonces yo llevaba semanas, quizá meses, esperando impacientemente la llegada del ordenador. Veía en las revistas reportajes y comentarios sobre los PC y me moría de ganas de tener uno. Los años anteriores había cacharreado con dos Spectrum de Sinclair. Aparatos domésticos con los que aprendí jugando los rudimentos de BASIC. Pero aquellos eran microordenadores de 8 bit, y un PC… Un PC era otra liga. Al fin amaneció el ansiado día en que un técnico de la empresa trajo a casa «el equipo», como recuerdo bien que lo llamaba. Por recordar, recuerdo hasta su nombre: Alfonso. Alfonso sacó de su embalaje el ordenador mientras yo miraba maravillado desde un flanco. Era un PC de sobremesa. El monitor de 14" monocromo se apoyaba encima. Lo instaló sobre una mesa y lo desmontó, dejando a la vista las electrónicas tripas del cacharro. No sé por qué lo hizo. Quizá para instalar la pila del reloj interno, del reloj de la BIOS. Recuerdo que era una pila corriente, como las del walkman. Al cubrir de nuevo el ordenador con su carcasa metálica, Alfonso rozó accidentalmente con el borde afilado una placa de circuito impreso. Murmulló algo. Tras conectar todos los cables y pulsar el botón de encendido —el momento que yo llevaba larguísimas semanas anhelando— el ordenador no funcionaba. Hacía todos los ruidos y destellos característicos del autochequeo de arranque, un proceso que duraba quizá dos o tres minutos, pero en el monitor no se veía nada. Alfonso comprobó todo nuevamente y reintentó, pero el ordenador seguía sin funcionar. ¡Qué chasco me llevé! Y él. Dijo que tenía que llevárselo de vuelta al almacén. Yo solo tenía 10 años, pero conseguí convencerle de reintentar una vez más. Alfonso accedió. Encendió por tercera vez el ordenador y aguardamos el autochequeo. En el monitor seguía sin verse nada. Tomé el teclado y escribí a ciegas: CD JUEGOS CD PRINCE PRINCE.EXE Entonces ¡BOOM! Apareció en la pantalla el Prince of Persia mientras su característica melodía sonaba por un modesto altavoz interno. Al montar el aparato Alfonso había dañado accidentalmente la tarjeta de vídeo, aquella basta placa de circuito impreso pinchada en un «slot» muy exterior de la placa base, muy cerca de los afilados bordes de la carcasa de metal. Aquellas tarjetas tenían dos modos: «modo texto» y «modo gráfico». Para mi fortuna, solo la electrónica del modo texto se había dañado, así que pude pasar jugando al Prince of Persia todos los días que Alfonso tardó en conseguir una nueva tarjeta de vídeo. Era el verano de 1992. Ahora miro hacia atrás y me doy cuenta de la poderosa fuerza motriz que es la curiosidad infantil. Y de cómo la pasión y la obsesión se entretejen a veces para darle, si sabemos tomarlo, un sentido a esa curiosidad.
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Jaime Gómez-Obregón

@JaimeObregon

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