Hoy en el mundo es un poquito más gris, porque mi madre ya no está en él.
Este es un homenaje a una madre excepcional 🧵👇
Si el amor se pudiera cuantificar, el mundo pesaría hoy bastante menos, porque mi madre era todo amor.
Amor por sus hijos, su marido, su familia, sus muchos amigos y casi cualquier persona que se cruzó en su vida.
Siempre con una sonrisa en la cara, cantando sus canciones favoritas (incluso por la calle) y con su eterno buen humor.
Fuerte, trabajadora, ingeniosa y guapa. Una mujer hecha y derecha.
Así era mi madre.
Le debo tanto...
Mi madre me enseñó el gusto por la lectura: regalándome de pequeño cada vez que me portaba bien mini libros de cuentos clásicos. Con ello, despertó en mí, bien temprano, la pasión por crear historias y mundos imaginarios.
También intentó inculcarme el sentido del orden. Algo que me costó más asimilar (sigo siendo un poco desastre 😂).
Sigo pensando que de haber nacido en otra época/lugar, mi madre hubiera sido una excelente programadora.
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Se puso muy contenta por cierto con la fama que alcanzó su tortilla de patatas en Twitter e incluso escribió un poema.
Mi madre me enseño también los valores que me definen como persona: optimismo, pasión, constancia, bondad, empatía...
Lo intento cada día. De verdad que lo intento.
Me enseñó lo que es ser un "optimista definido": a ser optimista sí, pero con un plan. A enfrentarme a los problemas buscando soluciones creativas.
A no pensar que las cosas buenas vienen "porque sí", a saber que hay que salir a buscarlas y trabajar por ellas.
Mi madre fue una mujer que estudió en la universidad en una época en que pocas lo hacían, hasta convertirse en catedrática de Lengua y Literatura: su gran orgullo y pasión.
Y todo esta a la vez que sacaba, junto con mi padre, adelante a 3 hijos y muchas de las tareas domésticas.
En su día a día, ya jubilada, no paraba: cada día salía a dar varios paseos con sus amigos, familia, tareas. Nunca paró. Nunca estuvo quieta. Siempre en movimiento.
Y le gustaba rodearse de notitas que ponía por la casa, llenas siempre de optimismo.
Más de 400 cartas de amor le mandó mi padre a mi madre (y viceversa) durante los 6 años que tras conocerse, tuvieron que pasar a distancia, viéndose solo de forma ocasional hasta que se casaron.
Cartas que conservamos con mucho cariño.
Tranquila mamá, llegarías a tener no uno, sino tres niños 🙂. Que te darían muchas alegrías, sí, pero algún que otro pequeño disgusto (no muchos, la verdad).
En ocasiones, mi madre me hacía reír incluso sin pretenderlo. Yo, como ella, soy de guardar recuerdos, notas, detalles y... capturas de pantalla.
¿Cómo vamos a enfrentarnos a nuestro futuro, si no es a través del conocimiento de nuestro pasado?
Y era tan fácil hacerla reír... hacerla feliz. Bastaba con un "te quiero", un abrazo o unas palabras amables.
¿Por qué entonces no se lo dije aún más veces? Nunca es suficiente.
Mi madre siempre se preocupaba y cuidaba de todos. Especialmente de sus hijos, pero no olvidaba ningún cumpleaños, ningún santo ni ningún aniversario de familiares y amigos, por lejanos que fueran.
Gran esposa, gran madre, gran tita, gran abuela y gran amiga.
De mi infancia, recuerdo que siempre estuvo allí, para ayudarme y apoyarme.
Recuerdo los zumos de naranja con miel cuando me dolía la garganta y las friegas en el pecho con alcohol de romero si estaba resfriado.
Recuerdo cuando me preparaba "mi cena favorita" si me había portado especialmente bien. Recuerdo las navidades y los regalos de reyes. Recuerdo las canciones juntos. Recuerdo sus besos y abrazos.
Recuerdo sus consejos, ecuanimidad y dignidad cuando yo le contaba algún desengaño amoroso que había tenido. Ella, que solo había estado con una persona toda su vida, conseguía darme mejores consejos aun así que ninguna otra persona.
Recuerdo sus pocos enfados cuando yo hacía alguna trastada. Recuerdo lo rápido que se le pasaban para de nuevo vestir de nuevo su habitual sonrisa. Recuerdo lo mucho que se preocupaba por mis hermanos y por mí, daba igual la edad que ya tuviéramos.
Tantos recuerdos. Toda una vida. Una vida magnífica:
Una vida en la que no conoció la desdicha. Con un buen marido, mi padre, el único hombre al que besó y con el que estuvo desde los 19 años; realizándose profesionalmente; y con una familia que la quería a rabiar.
Y con muchísimos amigos: de sus años de profesora, de comunidades de la iglesia, de sus viajes, de su infancia en Los Alcázares, del barrio, etc.
Tantas personas la querían, que la iglesia del tanatorio estaba a reventar de gente que vino a despedirse y algunos tuvieron que quedarse de pie.
¿Qué mejor forma hay de juzgar el valor de una vida que por cuántas personas te quieren al final de ella?
¿Quién no firmaría por una vida así?
Pero no puedo evitar, a pesar de ello, sentirme muy triste y echarla de menos.
Un aneurisma cerebral se la ha llevado tras casi un mes en el hospital. No ha sufrido. Pequeño consuelo. Fue tan rápido.
Ojalá hubiera tenido unos años más. Solo unos pocos. Hubieran sido tan buenos. Nunca es suficiente. Nunca me habría parecido suficiente.
Yo no soy creyente. Pero mi madre vive hoy en mí, en mi padre, en mi hermanos, en sus nietas y en todas las personas que la conocieron y la recuerdan con cariño.
Ese es mi consuelo. Su legado.
¡Te admiro mucho, mamá!
Gracias. Gracias por tanta ayuda. Por tu ejemplo.
Ve al cielo en el que tú sí creías. Allí podrás cantar, reír, bromear y disfrutar para siempre.
Tú más que nadie te lo has ganado. No dejas nada pendiente, nadie lo hubiera hecho mejor.
Y ahora me dirijo a ti, que estás leyendo esto.
Recuerda que estamos aquí de paso. No postergues más esa llamada a un ser querido, ese abrazo, ese "te quiero", ese viaje que llevas tanto tiempo esperando.
Sé feliz y haz feliz a los que te rodean.
Hoy. Ahora.
Un abrazo.