Pienso que el azar es una poderosa fuerza tractora de la vida. Me gusta dejar en mis días un ancho espacio a la incertidumbre. Trato de crear las condiciones para que las aventuras azarosas pasen.
Ayer recogí a una chica que hacía autostop.
—Adónde vas —me preguntó.
—No lo sé.
El domingo asistí en Cádiz a la «Velada de la Prensa», generosamente invitado por la Asociación de la Prensa, @APCadiz. La cosa se fue liando… 😇 y llegué al hotel a una hora intempestiva.
A la mañana siguiente tenía una entrevista en los estudios de @CanalSurRadio en Jerez.
Por apurar hasta el último movimiento REM de mis tres horas y pico de sueño salí con el tiempo justo hacia la emisora. En las precipitadas alforjas de Rocinante, la mochila con el portátil y una bolsa de viaje.
No sé qué toqué en el navegador del coche que acabé en Chiclana. 🤷♂️
Me habían citado a las 10:40 en directo para todo Andalucía.
—Será como lo del «ahora» y el «ahorita» y en realidad no entraré hasta las 11:00 —pensaba convencido de que aún tenía tiempo de corregir el rumbo y llegar.
Pero no. Entraba en directo con puntualidad británica.
Tenía un plan b tramado con la amable periodista: la entrevista sería telefónica. Pero desde el coche en autovía no podía ser. Necesitaba parar. En algún sitio.
Sin tiempo, sin gasolina y sin dormir, sonó el teléfono justo cuando precipitaba el coche en una cuneta perdida.
—Buenas, ¿Jaime? —dijo la voz al otro lado.
—Sí, soy yo.
—Le llamo de Canal Sur, le pincho y ya entramos en directo.
Salí del coche, aclaré la voz y hablé un rato divertido con Fernando Pérez, del programa «Días de verano» de la emisora.
Fue todo por los pelos.
Acabada la entrevista no tenía ya compromiso alguno en Cádiz. Ni nada que hacer. Ni adónde ir. Ni gasolina.
Arranqué de nuevo el coche, salí de aquella cuneta entre autopistas y raíles de tren y encontré una gasolinera.
Una chica hacía autostop.
Nunca he recogido a un viajero itinerante. Tiendo a sentime vulnerable y soy muy desconfiado con los desconocidos. Pienso que intentarían raptarme, anestesiarme y me despertaría en algún callejón quizá sin un riñón. O que son terroristas, de esos amables, que siempre saludan…
Bajé tímidamente la ventanilla del coche y la chica se acercó.
—Hola, ¿adónde vas?
—Hola. No lo sé…
—Pero… ¿de dónde vienes?
—De ahí detrás, de la autovía.
La chica respondió con una carcajada.
—¿Me llevas a Chipiona?
—¿Dónde está Chipiona?
—Yo te digo.
—Sube.
Fue un diálogo cómico durante el que me di cuenta de que había estado tan absorbido por mi agenda en Cádiz y la accidentada entrevista en Jerez, que no tenía ningún plan para después. Tampoco techo para dormir. Al menos ya tenía gasolina.
Estaba en la universidad, me dijo. Tendría unos veinticinco años y esa gracia en el habla que tanto nos llama a quienes venimos del septentrión. Extendió una mano e hizo ademán de abrir la puerta para entrar.
De pronto recordé de toda una vida de sabias advertencias de mi madre:
—Espera, una cosa… ¿no tendrás drogas, verdad?
—Uy, no… disculpa, yo no…
—¡Que no, que no! Que no es para comprar. Es porque nunca he recogido a ningún autoestopista y no quisiera tener ningún problema. ¿No vas a hacerme nada, verdad?
La chica respondió con otra carcajada.
Durante el trayecto a Chipiona me explicó que llegaba tarde a trabajar —uno de esos trabajos dominicales de estudiante— porque el autobús no había pasado. Tenía al jefe enfurecido al otro lado de un chat y mucha angustia por no llegar a tiempo.
La dejé en la puerta y me dio sentidamente las gracias. Yo abrí una de esas «apps» de viajes e hice lo que siempre últimamente: reservar un techo al azar con entrada «just now».
Y en Chipiona he pasado el domingo. Paseando, leyendo y escribiendo esto: twitter.com/JaimeObregon/status/1543683030195154944
Y en Chipiona me he despertado hoy.
Por equivocarme al programar el GPS.
Por una chica desconocida que perdió el autobús.
Y por dejar espacio al azar.